
Cada vez que alguien cuestiona en mi presencia el uso de la falda en los hombres (y eso que en zonas de Asia o Escocia nunca dejaron de utilizarla) pienso que nada como recordar cómo las mujeres lograron vestir pantalones.
Alerta: este texto puede contener trazas de una mirada eurocéntrica y binaria.

Si nos remontamos a la antigüedad, en Egipto, Grecia y Roma la falda era una prenda masculina (o unisex) y, de hecho, los Romanos consideraban los pantalones un atuendo de bárbaros y prohibieron su uso hasta el 400 A.C.
Hasta el siglo XVIII no empiezan a surgir leyes que obliguen a los hombres a llevar pantalones: como la del Zar Pedro I, en Rusia en 1701 -aunque excluía a granjeros y clérigos- y, sobre todo, la Revolución Francesa, que decreta la abolición de las diferencias de clase en cuanto al vestir y obliga a todos los varones a vestir pantalones, pero además, PROMULGA UNA LEY QUE IMPIDE QUE LAS MUJERES PUEDAN LLEVAR PANTALONES (¡ley que no se deroga oficialmente hasta 2013!).

Durante el siglo XIX se estructura definitivamente la división de faldas para mujeres y pantalones para hombres, y se produce la llamada “Gran Renuncia Masculina”, en la que el armario de los hombres rechaza “todo artificio estético” (lo cual incluía también pelucas, tacones, maquillajes…porque quien primero utilizó tacones fue el hombre, ojo).
Bien, ya sabemos cómo dejaron los hombres de lucir falda, pero…
¿Qué pasaba con las mujeres y los pantalones?


Pues que por ejemplo, en 1850, la pintora Rosa Bonheur tuvo que pedir un permiso especial (“permission de travestissement”) para poder llevarlos. Le fue concedido junto a otras once mujeres, entre las que se encontraba Georges Sand. Pero era una excepción. De hecho, incluso la falda pantalón, diseñada en 1851 por la estadounidense Amelia Jenks Bloomer –activista por los derechos de la mujer, entre otras cosas-, también fue muy demonizada y las mujeres que osaban lucirla solían recibir ataques.

Habrá que esperar hasta 1933 para que Marlene Dietrich aparezca en público luciendo pantalones (algunos artículos dicen que confeccionados por Chanel) y genere una revolución. Greta Garbo, Katharine Hepburn o Audrey Hepburn la siguieron, y poco a poco otras mujeres, pero era un tema arriesgado, pues pese a que después de las Guerras Mundiales, con la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral el pantalón se iba insertando en el uso -laboral- femenino, hasta los años 50 del siglo XX las mujeres que usaban públicamente pantalones se arriesgaban a ser arrestadas por el delito de “suplantar al hombre”.
Anécdota: hasta 1993 las mujeres tuvieron prohibido el uso de pantalones en el Senado de los Estados Unidos.



En España la situación tampoco era fácil, pues el Franquismo había impuesto una moral de corte católica que restringió las libertades femeninas, desde la ropa al derecho a votar (el voto femenino se había logrado en 1931 y no se recuperaría hasta 1977).

¿Cuándo y cómo se normaliza entonces el pantalón en el armario femenino?
Habrá que volver a Francia, a la década de los 60 del siglo XX. Primero en la moda: André Courrèges lo propone en 1964 y en 1966 lo hace Yves Saint Laurent. Después, en el Mayo del 68, adquirirá otro significado, relacionándose con la igualdad entre sexos.


Desde entonces su uso se expande y normaliza, hasta el punto de que hoy en día a nadie le escandaliza ver a una mujer vistiendo pantalones, y es una prenda altamente utilizada.
¿Y las faldas para hombres?


También habrá que volver a Francia y a la moda. En 1984 Jean Paul Gaultier la recupera para las pasarelas masculinas y, desde entonces, poco a poco, diversos diseñadores y hombres en las calles la han ido reclamando. Pero no ha sido hasta que hemos visto su uso por parte de hombres “no sospechosos de pertenecer a las siglas LGBTIQ” cuando su uso se ha ido aceptando más. Justo en un momento en que la moda reivindica la ropa sin género.







¿De qué depende entonces que los hombres no usen falda?
Pues de lo mismo que las mujeres no usaron pantalones: por el convencionalismo social de una época y un contexto cultural concretos.

Conclusión: que cada cual pueda utilizar la ropa que más le encaje de forma libre y segura.
Un abrazo enorme.
Qué gusto que estés aquí.
IG (☞ ゚ ∀ ゚) ☞ ◙ @agustinkong
Me ha encantado este recorrido por la historia de la falda y el pantalón. Ayuda a entender que todo es fruto de un contexto cultural y que por lo tanto todo es modificable. Lo que no debería modificarse es la libertad para vestir como a cada cual le guste sin que los demás interfieran (ni para opinar).
Qué bien resumido el mensaje <3 <3 <3