En el fondo siempre anduvo por ahí. Como una mosca, un sudor o un escalofrío pasajero. Pero poco a poco se tornó un abrazo. Primero un abrazo incómodo y breve. Luego uno fuerte, muy fuerte, como una piel dura y pesada que se sobreponía a la propia. Y ese abrazo se quedó. Como una sombra constante.
Una sombra caliente y puntiaguda a la que te terminabas por acostumbrar. Pese a que hiciera difícil respirar. Capaz de oprimir el estómago y hasta los párpados, temblorosos bajo su acción. Más de una vez, intentando arrancar dicha sombra su fueron pedazos de barba y de cejas. De risas.
Así llegaron las pastillas, con la promesa de disipar la opresión del abrazo, de desvanecer sombras y pesares. Pastillas para dormir, pastillas para el dolor, pastillas para poder con todo. Pastillas para respirar. Pastillas para sonreír y no explotar de irritabilidad.
Píldoras que aflojaban durante unas horas las tuercas de ese abrazo. Una vida amortiguada temporal. La mía, la de tantísimas personas. Y cada vez más.
Propuestas de terapia, de meditación, de paseos, de ayuda y autoayuda. De organizar la mente, de entrenar la respiración, de dedicar tiempo a lo que te gusta, de dedicar espacios a quienes te gustan. De frenar el torrente incesante de pensamientos.
Pero una vez que lo haces constatas que ciertas ayudas o autoayudas pueden ser trampas, porque como la estadística ofrecen información interesante pero ocultan lo fundamental: que no todo depende de ti. Que hay situaciones en que no requieres terapeutas sino sindicalistas, y profesionales de la salud que te obliguen a parar.
Que no se trata de aprender a ser una persona capaz de sobrellevar la radioactividad, sino de abordar la misma y alejarse para sanar.
Tras el confinamiento muchas condiciones laborales se han recrudecido, y lo que antes eran derechos ahora parecen privilegios egoístas. Mejor eso que no tener trabajo, dicen.
Dichas condiciones han fijado la ansiedad en nuestras vidas, y no hay más que echar un vistazo a las redes sociales para comprobarlo. Nunca antes se habló tanto de ello, aunque resulta preocupante la naturalidad con la que se hace. O la ligereza con la que se exhibe.
Pienso en lxs vendedorxs que ya no van a tener respiro hasta después de Reyes –y rebajas-, en las enfermeras de cuidados intensivos, en las camareras de hotel, en quienes atendemos las oleadas de las urgencias en salud mental.
Pienso en las doctoras maravillosas que he conocido y que han abandonado su profesión, en lxs sanitarixs que han renunciado a sus puestos, en maestrxs agotadxs, en tantxs trabajadorxs en horario comercial o de atención a la dependencia que olvidaron lo que era el tiempo para ellxs mismxs.
Y a la vez doy las gracias a toda esa gente, con cuyo esfuerzo se sostiene la trama principal de nuestra sociedad.
Veo las noticias de Estados Unidos y me alegra leer el increíble avance en la resindicalización del país. Si incluso ellxs han despertado espero que también lo hagamos nosotrxs.
Tejamos un escenario mejor y que la ansiedad sólo aparezca para cosas importantes, como la cercanía de una buena noticia. Y que los abrazos sean para querer y sanar.
Cuidaos muchísimo.
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Posdata: gracias a mi doctora de cabecera (y a todxs lxs doctorxs de cabecera), que sacó tiempo de donde no lo tenía, para lanzarme un salvavidas.
Una reflexión muy emocionante y necesaria. Cuídate. Sindiquémonos.
Hagámoslo. Un abrazo enorme.
Muy bonita reflexión y tan necesaria en nuestros tiempos. Se ha de mostrar en redes con naturalidad y sobre todo educar en todos los ámbitos de nuestras vida. Un saludo y gracias por tus reflexiones.
Hola Carmen, gracias a ti por tus palabras y actitud. Un besazo.
Querido HKB: difícil el tema de tu post. Gracias a todos aquellos que ayudan en momentos tan difíciles…
Es curioso y penoso que, mientras Estados Unidos intenta europeizarse, Europa intenta americanizarse, en mucho mucho aspectos…
Un abrazo!
Querida colega, cuánta razón tienes. Mil gracias por tus palabras y por tu labor. Un abrazo enorme.