Una vez dormí con las cenizas del padre de una de las Musas.
Sé que si hubiera escrito “una vez dormí junto a los restos del padre de una Musa” hubiera tenido más impacto, pero decidí ser ajustado, dado que la historia ya es bastante surrealista de por sí.
Lo cierto es que me han sucedido cosas tan increíbles en la vida que la gente no las creería, y no las pondría en una novela pues me acusarían de inverosímil.
El caso es que dormí junto a sus cenizas, custodiándolas. Sobre todo protegiéndolas del gato, que andaba husmeando y teníamos miedo de que las confundiera con arena.
Quizá debería deciros que por un problema en el recipiente las cenizas andaban en un –ejem- contenedor provisional que dejaba parte de su contenido al descubierto.
A la mañana siguiente dichos restos tuvieron una bella y cariñosa despedida, y una morada más digna. Fue una persona muy querida en vida. Y sin duda lo continuaba siendo en muerte. Me gustó poder estar, poder ayudar y poder contemplar cómo todo aquello podía tratarse con naturalidad.
Ay, la muerte. ¡Cuánto tabú alrededor! Podemos ver películas a todas horas cuajadas de disparos, pero luego nos acobardamos a la hora de afrontar preguntas, respuestas o pérdidas.
Por eso me encanta conocer culturas que se relacionan con la muerte de forma natural. Sin rehuirla. Aceptándola. O, incluso, celebrándola.
En este sentido cada año intento acercarme a algún altar de muertos mexicano. Me fascina interesarme por su composición, escuchar a quién va dedicado, sorprenderme con las ofrendas.
Comprobar cómo se deposita la comida predilecta del difunto para acto seguido ponernos todos alrededor a charlar como si estuviera. Poner música. Su música favorita.
Y comer allí, junto al altar. Lo mismo si es un familiar, las mujeres víctimas de la violencia machista o los que perecieron a causa de los últimos terremotos.
No los negamos ni ocultamos. Los acompañamos. Mantenemos viva su esencia. E incluso recordamos lo bueno que tenían. Mirándolos de frente.
Para terminar pruebas el delicioso pan de muertos y la Catrina te entrega una calavera de azúcar que pone tu nombre: “toma, te regalo tu muerte”. ¿Cómo? Sí, y no sólo a ti o a los a adultos, incluso a los niños.
Y es que si te paras a pensar, no existe mejor regalo que elegir cómo quieres que sea tu muerte.
Ay, México mágico. Cuánto hemos de aprender de ti, de tus gentes. De tu supervivencia eterna. De tu saber disfrutar de la vida sin negar el fin de la misma.
Gracias por regalarme mi calavera. ¿Cómo desearía que fuera mi muerte? Tendré que ir pensando la respuesta.
Y vosotr@s… ¿cuál sería la vuestra?
Por lo pronto…
¡Sed muy Felices!
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Es una tradición fascinante (la prefiero mil veces a la costumbre de ir a los cementerios a limpiar tumbas y escuchas misas). ¡Viva México!
Viva México y viva TÚ. ¡Besos muy vivos y festivos!
Querido HKB: estoy de acuerdo con Under, es más bonita la tradición mexicana que la española, lo de poner esas velitas con corcho en las fotos de los fallecidos…me da mal rollo…
Alguna vez he tenido algún problema por hablar con naturalidad de la muerte con mi familia.
Yo lo que quiero es morir en paz….sin cuentas pendientes…y con una novela escrita, al menos, esto prolonga mi tiempo de vida ya que no tengo todavía ninguna inspiración, jajaja.
Un abrazo!
Querida colega, espero que mueras y vivas en paz, y repartiendo paz también. Bueno, de hecho ya lo haces 😉
También te deseo que saques esa novela pronto, para que la disfrutemos en vida 🙂