Gracias a que de pequeño mis padres me arreglaron el comedor (me pusieron la ortodoncia, vamos) pude seguir apropiadamente una tradición familiar: sonreír. Dice la leyenda que lo que más impactó a mi abuelo paterno de mi madre cuando la conoció fue que le gustaban los bocadillos de atún con mayonesa (\»hijo, qué clase de novia te has echado que pide estas porquerías\», le dijo a mi padre) y su dentadura (\»hijo, qué pedazo de boca y qué dientes tiene la murciana\»).
Cabe señalar que mi abuelo Martín era un hombre MUY del NORTE que nunca se quitaba la boina, en un momento de la discusión podía romperle el taburete en la cabeza al contrincante a la velocidad del rayo como argumento y nunca sonreía (al menos no existen pruebas gráficas de ello). En cambio era muy coqueto (su apodo era el chulindanga) y valoraba la belleza y la gracia ajenas. Lady Laca le conquistó.
Y el modelo materno se impuso. Crecí con dos consignas claras: un saludo no se le niega a nadie y la sonrisa ante todo, incluso en momentos complicados. Lo que la Pantoja llamaba “dientes, dientes”, pero sin acritud. Gracias a esta tradición mi madre es tremendamente popular en su barrio y una cumplidora visitadora del dentista (jamás tuvo una caries). Las dependientas de las tiendas la adoran y la gente tiende a tenerle confianza.
Bien, llegados a este punto acaramelado aclararé que lo mismo que Superman o Spiderman, todo uso de súper poder implica una responsabilidad y un reverso. ¿Cuáles? Al menos en mi caso, por no controlar del todo el nivel de sonrisa, acabo con riesgo de exceso de confianza en desconocidos, confesiones de dependientas o caras de extrañeza en pacientes que me están contando situaciones de drama nivel extreme.
Ya he tenido que cambiar alguna vez de ferretería y supermercado, así como he tenido que aclarar que no me estaba pitorreando ante algún quinqui.
También es fundamental llevar un espejo o ir al baño si has comido ensalada, paté o espinacas. Especialmente en cócteles con photocall.
PITICLI alucina porque yo sonrío y saludo desde al frutero chino (en mandarín, claro), a los que trapichean en nuestra plaza (en árabe) o a los que venden latas de cerveza por la zona (de momento en castellano, porque no sé si son de India o de Pakistán).
Por eso nos pasan cosas como: el sábado estábamos tomando tranquilamente el sol en la Barceloneta cuando se nos acercaron a saludar efusivamente dos vendedores de bebida que resultaron ser los lateros de nuestra calle, encantados de encontrar dos caras conocidas, el día que ampliaban radio de acción. Ellos con turbante y camisa, nosotros, afortunadamente, con el bañador puesto en ese momento. ¡Y eso que no les compramos nunca!
PITICLI a veces se queja pero yo le digo que es bueno, porque nos tienen controlados y nunca nos pasará nada. De hecho la única vez que nos asaltaron unos dominicanos al día siguiente fui a hablar con ellos para decirles que ya estaba bien, que ni a los del barrio respetaban. Y desde entonces, tan tranquilos.
Dicen que actualmente en las ciudades, en los edificios, ya nadie conoce a nadie. Nunca ha sido mi caso. Y pese a que en ocasiones pasar desapercibido tiene sus ventajas, hay que recordar que lo que más teme el ser humano es a lo desconocido. Así que conozcámonos. Y sonriámonos.
Saludad, sonreíd… ¡y sed muy felices!
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Yo no sé si por educación norteña o por comedor «con posibilidades», me cuesta sonreír a los desconocidos. Incluso, me cuesta que los desconocidos me sonrían, me genera inquietud. Pero me da mucha envidia esa actitud suya, creo que junto con el dinero es una buena llave para abrir puertas.
Jajaja. Lo cierto es que sí, que abre puertas. Y a veces hasta entra fresco. Pero hay que ir con cuidado también, que entran cacos. Le felicito por ser un comedor «con posibilidades». La posibilidad lo es todo junto con la actitud. ¡Besos!
Querido HKB: muy bueno tu post, ésta también es mi filosofía; yo a mis residentes les digo que todo paciente tiene que llevarse una sonrisa nuestra de la consulta, es fundamental y a mí no me ha ido mal.
Pero yo no tengo la dentadura perfecta como tú, así que fuera de mi trabajo, me corto más…tengo como asignatura pendiente sonreir en las fotos aunque no me haga gracia…no sé. Bueno creo que alguna vez lo hemos hablado.
Un abrazo.
Me encanta la premisa que le das a los residentes.
Yo tampoco tengo la dentadura perfecta (de hecho ayer mismo fui a una fiesta y en las fotos parece que esté mellado, jaja) pero considero que la sonrisa es fundamental. Y poderosa.
Te animo a que sonrías más en las fotos, reflejarán mejor tu alegría y belleza innata.
«Al mal tiempo, buena cara» es un lema que suele dar buen resultado. Besos
«Al mal tiempo, buena cara» es un lema que suele dar buen resultado. Besos
¡Bien dicho! ¡Besos!