Hay cinco enseñanzas básicas que mi madre mi inculcó, y que, analizándolas con perspectiva, resultan unas bases cívicas incomparables.
Un saludo no se le niega a nadie, aunque no te lo devuelvan. Para ella era fundamental que yo saludara al entrar a un lugar, y especialmente cuando me encontrara a un amigo, a un compañero o a un conocido. Con el tiempo me he dado cuenta del valor que eso tiene: el de significar al otro y mostrarle cordialidad. Ah, y lo mismo se aplica al despedirse (no, mi madre no cree en el ghosting).
Ceder el asiento. Jamás se me hubiera ocurrido no ofrecer mi asiento a una mujer embarazada, a un anciano o a una persona que llevase muletas. De hecho, recuerdo que si no me daba cuenta, ya no era únicamente mi madre, sino todo el autobús quien me lanzaba su mirada asesina o su increpación. Ciertamente, echo de menos esta “función correctora social”, dado que ahora todos pasamos de meternos en determinados asuntos.
Tras ceder el asiento (al igual que cuidar el mobiliario público) hay toda una filosofía, un tener presente al otro y una empatía que trasciende al gesto en sí.
Terminar las cosas y hacerlas bien. Para mi madre era muy importante (sobre todo dada mi tendencia a abandonar las tareas a medias) que aquello que empezara lo acabara, pero además que lo hiciera lo mejor que pudiera. Posteriormente fui consciente del valor que el esfuerzo tiene, y que da igual cuán brillante o capacitado seas para una labor, ésta ha de ser terminada como se debe. Debo decir que aún me cuesta este punto.
La importancia de ser honrado. Dudo que haya alguien más de fiar que mi madre. Para ella la honradez y el poder confiar en alguien es primordial. Hacer un buen uso de unas llaves prestadas, de un dinero ajeno…
Me llama la atención, además, en estos tiempos actuales en que se demoniza a los pobres -como si ellos se lo hubieran buscado- y se les teme “porque seguro te van a querer robar”, que mi madre siempre ha defendido lo de “pobre pero honrado” (y que se ajustaría más a la realidad de unos privilegiados saqueadores).
Ser amable, paciente, educado y sonreír. No sé muy bien cómo resumir el quinto punto, pero si conocierais a mi madre lo veríais en acción. Para ella es fundamental la amabilidad, el ser paciente y educado, dar las gracias o sonreír en las situaciones cotidianas. Para ella este pack facilita la convivencia y facilita las transacciones, dejando, además, un mejor poso. Yo, cuando la imito, percibo claramente su efecto positivo. En ocasiones resulta casi milagroso.
De todo esto he sido consciente con los años, y pienso que es de lo que hablamos cuando decimos que la educación empieza en casa (de poner límites y ayudar a tolerar la frustración ya ni hablamos).
Me gusta pensar que estos valiosos conocimientos se siguen transmitiendo en los hogares. Y si no, que avisen a mi madre.
¡Sed muy Felices!
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Muy sabia tu madre. Reconocer la existencia del otro y afrontarla con cordialidad debería ser una cuestión tan básica y tan obvia que no necesitásemos hablar de ella… pero hoy en día necesitaríamos simposiums, me temo.
Muy probablemente tengas razón. Montemos esos simposiums entonces 🙂 ¡Besos!
Querido HKB: maravillosas enseñanzas todas. Tan imprescindibles para la educación actual como carentes.
Un abrazo ?!
Un abrazo enorme. Brindemos porque continúen dándose. ¡Besos!