El pollo de San Valentín

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A mucha gente se le atraganta San Valentín, porque les señalan con una flecha en la cara que no tienen pareja. De hecho no es la única festividad que puede alterar nuestros nervios: recordemos que también está el día del padre o el de la madre para frustrar a quienes no han alcanzado tan fabulosa e idílica condición.

Dado que muchas de estas celebraciones son fruto del consumismo, animo a las empresas a que promuevan dos fechas señaladas más: el día de la pareja sin hijos y, sobre todo, la semana del orgullo soltero (o San Valentínder). Si fueran listos tendrían que estar desarrollando ya merchandising y actividades con el placer y el auto conocimiento como ejes.

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Y hablando de placer, en mi caso diseñé una celebración de San Valentín un tanto atípica, hedonista y muy instructiva que me llevó a la conclusión de que el orden de los factores sí altera el producto. El éxito de mi plan, he de reconocerlo, fue del 50%.

Puesto que en Catalunya ya tenemos esa festividad tan fantástica que es Sant Jordi, para el 14 de febrero pensé en organizar una cena distinta en el minipiso con aquellos ingredientes sencillos que más pudieran entusiasmar a PITICLI: lambrusco, un cubo inmenso de pollo del KFC y yo mismo. Como complemento, una película.

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Cuando se lo comuniqué a PITICLI su alegría fue mayúscula, tanto o más que la sorpresa de la empleada del KFC cuando me vio entrar con mi abrigo azul al local.

No quisiera ofender a nadie, pero el ambiente del establecimiento era más intenso que el del Bronx. Un segurata 4×4 fue testigo de lo fácil que soy de convencer. ¿Cariño, quiere tamaño super size por un euro más? ¿Salsa barbacoa y kétchup? Sí, quiero (¿a qué me recordará esto?). Y salí cargado con un bidón de pollos y patatas camino del súper, a por el lambrusco.

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Fue al llegar al minipiso cometí otro mi gran error: el orden de los factores. Recordemos que el menú era pollo, lambrusco, yo. Analizándolo con distancia, dos opciones ofrecían grandes perspectivas: yo, vino y pollo; o bien vino, yo, y pollo. Pero no. Fue pollo, vino y… catacróquer.

No puedo decir que no disfrutáramos de la película, de la compañía o de la cena. Placer mayúsculo. Pero al terminar sólo pudimos vararnos, y en vez de consumar, consumir Almax. Qué noche amig@s, qué noche. Qué subidón de azúcar, y qué dolor de barriga.

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Supongo que en realidad no hay mejor manera de honrar a un mártir que fue torturado, decapitado y que curaba la epilepsia.

Tras una noche de San Valentín como ésta he aprendido la importancia del orden y de elegir un buen menú romántico. Ahora, a celebrar el día de la pareja sin hijos. Y, desde luego, un fuerte abrazo a tod@s l@s solter@s.

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Celebremos siempre. ¡Sed muy Felices!

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4 comentarios en “El pollo de San Valentín”

  1. María Cortés Bitácoracardiosaludable

    Querido HKB: desconocía ese gusto por KFC de Víctor, me sorprende!. Espero que esta experiencia haga que no le guste tanto!.
    Un abrazo y felicidades!!

    1. Agustín Kong

      Querida colega, ojalá tengas razón y experiencias como ésta hagan modificar determinados hábitos, jajaja. ¡Besos!

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