El viaje emocional

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Deseo que encuentres todo lo que buscas, me dijo el dueño del colmado al que había ido a comprar, cuando le expliqué que esta Semana Santa no iba a realizar un viaje geográfico sino sentimental.

Porque estos días volví al pueblo donde pasé muchos veranos de infancia y en el que compartí tantas historias con mi abuelo, ese abuelo que no era sólo mío, sino del mundo, y al que tanto echo de menos.

Seguro que tú también tienes un destino así, al que llegas siguiendo un mapa emocional.

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Buscaba reencontrarme con un olor: el de fruta almacenada, lumbre y naranjos. Aire seco de pino. Bajé el cristal de la ventanilla nada más pasar la primera rotonda tras la autovía y estaba ahí.

Buscaba reencontrarme con el calor de mis tíxs, que saben abrazar intensa y libremente, dejándote claro su amor sin oprimirte; o el de las amistades que hace años que no ves pero con las que retomas la conversación como si te hubieras visto ayer. Y celebré con todxs ellxs bebiendo vino de Jumilla y saboreé esos platos de arroz que surgieron de la estrechez pero que no pueden ser más ricos (caldero del Mar Menor en la costa, arroz con caracoles serranos y conejo en el monte).

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Buscaba reencontrarme con las huellas de infancia de mi abuelo: la escuela nocturna republicana; la plaza donde vio por primera vez un espectáculo de títeres y supo que el mundo podía ser distinto; la antigua almazara; el lugar junto a la ermita donde su padre murió frente a todxs por la falta de una atención médica y la escasez… Pude ir, pude reconocerlos y pude sentir que mi abuelo estaba ahí, porque en todas partes está.

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Buscaba volver a nutrirme con la sabiduría de las expresiones que habitan sus calles y habitaciones, porque sí, hay comidas que “abrigan el estómago”, gente “más lista que un reloj despertador” y, efectivamente, “la felicidad no tiene disfraz”.

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Buscaba revivir esa belleza en la arquitectura: en las casicas blancas, los palacios coloridos y las torres iluminadas. Y una tarde, en uno de los acostumbrados paseos al atardecer, mi tía me dijo: Tú, que has conocido tantos lugares y hablas de tantos sitios, habla también de nosotrxs. Cómo no hacerlo, si es uno de los pueblos más hermosos que he caminado nunca.

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Todo eso buscaba y todo eso encontré. Sólo me quedó comer paparajotes (hojas de limonero rebozadas), pero hasta del granizado de cebada de mi niñez pude disfrutar. Así que no me puedo quejar y sí tengo excusa para volver.

Deseo que tú también hayas hecho este viaje emocional, y que si lo tienes pendiente pronto lo puedas realizar.

 

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Gracias a toda la familia y a las amistades que nos han acompañado estos días. Ha sido un regalo maravilloso.

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Un abrazo enorme.

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4 comentarios en “El viaje emocional”

  1. María Cortés Bitácoracardiosaludable

    Querido HKB:
    yo he realizado muchos viajes emocionales entre Badajoz y Cáceres, qué necesarios y qué sensaciones tan intensas cuando los realizas.
    Me ha encantado.
    Un abrazo!

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