He sido muy feliz en Canarias, esa constelación que aprendió a ser puente sin pedirlo, que es capaz de manejar la calima, las olas invasoras, la sequía y la soberbia extranjera.
“Ustedes vinieron por la experiencia, no por el sol y las playas”, nos dijo una elegante mujer en el hermoso valle de Agaete. Y era verdad. Fuimos por la experiencia, pero recibimos VIDA en mayúsculas.
Los días primeros días los pasamos en el noroeste de Gran Canaria (sinfonía de barrancos, gente amable y nubes testarudas), en una casita azul y blanca que miraba al puerto y tenía por vecina la pescadería de la Cofradía de Pescadores. Todas las mañanas una señora con dos niñas acampaba en la playa, bajo la ventana de nuestra cocina, mientras yo escribía.
Y mi novela crecía al igual que mis conocimientos de los pescados de la zona, porque la dueña de la pescadería se encargó de que me animara a cocinar y valorara las viejas, la sama, los burritos, las lapas, la morena, el calamar sahariano… y hasta el mejor atún que he probado en mi vida.
“El mojo verde no se lo enseño porque cada uno ha de aprender a hacerlo a su gusto, y usted ha de descubrir el suyo”, me dijo. Y seguramente de eso se trata en la vida, de aprender a hacer el mojo como a ti te guste.
Los días en Gran Canaria nos enseñaron que sabíamos muy poco de esa tierra generosa y amable, impregnada de América. Disfrutamos de la ropa vieja y de sus fachadas de colores, de sus restos arqueológicos y de su ilusión por el futuro presente orgulloso.
“Miren, les voy a decir dónde está una piscina natural de arena, donde podrán nadar tranquilamente al atardecer junto a los peces”, nos dijo una chica el día que comprobó que intentábamos no ser Godos sino peninsulares. Y disfrutamos no de una, sino de varias piscinas naturales escondidas, junto a lxs lugareñxs, intentando ser respetuosos y callados.
Y para verlo todo con ojos despiertos nos descubrieron también el café más delicioso que he probado jamás, así que lo que aquí cuento no fue soñado.
Tras dos semanas afortunadas dejamos la isla rumbo a El Hierro transformados y agradecidos, y el antiguo fin del mundo, como regalo, nos recibió con un cielo tan limpio como sus aguas.
Todas las mañanas las olas nos despertaban y yo escribía, y tras el ritual nos zambullíamos en su mar y en sus gentes.
Nadé rodeado de bancos de peces y de familias herreñas en orillas ásperas, cimas boscosas y quioscos concurridos. Contemplé la Vía Láctea y las sabinas que saben adaptarse a un clima hostil sin que ello les impida crecer.
Disfruté del vino procedente de viñedos que no conocieron la filoxera, del queso de animal sin vértigo, de la fruta intensa.
Disfruté de todo, terminé mi novela y no me quería ir. Pero tuvimos que hacerlo porque si no te vas no puedes volver. Y a esas islas hay que volver.
Deseo que tú también lo hagas, y que si lo haces, te guíes por la mejor guía para conocer Canarias: la del respeto y la escucha.
Gracias por tantos motivos. Me considero, sin duda, conquistado.
Un abrazo enorme a toda la gente canaria, a todxs vosotrxs.
Que el nuevo curso traiga mucho bueno.
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Tanto por aprender de Canarias, ¡qué afortunadxs somos los que hemos disfrutado alguna vez en alguna de sus islas!
Sí, cuánto tenemos que conocer y aprender de las Canarias. Un abrazo enorme enorme.
Qué maravilla de post, cuanto más te leo sobre Canarias, más ganas tengo de volver, como peninsular, desde luego, y conocer las islas que me quedan por visitar que son justo de las que hablas.
Se nota que lo habéis disfrutado mucho!
Enhorabuena por terminar el nuevo libro!
Un abrazo muy fuerte para los dos!
Buenas tardes compañera, seguro que ni las Islas te decepcionarán ni tú a la gente de las mismas. Un abrazo enorme a toda tu maravillosa familia <3