Todo era tan mágico que tuve que sacar mi libreta y ponerme a escribir en cuanto nos sentamos a la mesa de aquel restaurante en mitad del fin de un mapa. Qué digo, en la periferia de una población al final de un mapa.
Sí, en ese confín se encontraba aquel establecimiento que ofrecía magia, dulzura y promesas de felicidad al paladar: era como si me hubieran trasladado a una escena de “como agua para chocolate”.
Una casa antigua de elegancia sobria, pintada con colores granates, tierra, blancos y azules. Plantas en los rincones y música de jazz que se colaba por todas las estancias. Una mujer de acento más dulce que la miel de palma nos atendió y nos ofreció un espacio en el Edén. Vino de la isla y tortilla de plátano para romper el hielo –que no la magia-. Tortilla de plátano, tortilla de plátano… ¿cómo no iba a ponerme a escribir la historia de “La Reina de Santo Domingo”?
Santo Domingo era el nombre de aquel pueblo y su reina quien nos atendía. Tras la tortilla el pulpo, tras el pulpo un postre acompañado de la historia del lugar, porque cuando la reina de Santo Domingo me preguntó si me podía ofrecer algo más le respondí que sí: si no le interfería demasiado en su tarea, en algún momento me gustaría conocer cómo surgió aquel oasis en forma de restaurante.
Y ella nos la contó, y aunque no le faltaban dosis de heroicidad y la apuesta de un soñador preferí la ficción, la del refugio para mujeres libres que ofrecen magia y cobijo que aquí te cuento.
La Palma para mí fue eso: una tortilla de plátano mágica. Y contemplar noches estrelladas acompañado de un gato que se empeñó en domesticarnos. Cenar en un restaurante sencillo lleno de comedores minúsculos. Buscar petroglifos incansablemente entre las piedras y las cabras. Dar con un pueblo (San Andrés) del tamaño de un suspiro que te hace suspirar por su belleza y sus empinadísimas calles.
Bañarse en una piscina natural transparente como el aire de la montaña, acompañado de gente del pueblo, un perro y una turista con la que compartir gafas de buceo, junto a un hombre sin edad –porque ya se le pasó la cuenta- capaz de volar y sumergirse ante el asombro de todxs lxs presentes.
Quisquillas frente al azul. Corrijo: frente a los diversos azules. Sumergirse en el corazón del verde altísimo y contemplar una cascada de esa altura. Quedar sin respiración ante un mar de nubes del que emergen islotes como en una película de Ghibli.
Pasear una capital evocadora y colorida desde San Telmo hasta el mar, parando en las librerías que alimentan a sus noveleros habitantes y terrazas donde probar croquetas de plátano. Plátanos por doquier. Plátanos que pueden ser muro u horizonte.
Una compañera me dijo que si La Palma tuviera techo sería un psiquiátrico y a mí, pese a que me resistí al principio, debo reconocer que la isla consiguió enloquecerme.
Me resistí porque estaba de duelo por La Gomera y porque siempre me resistí ante las bellezas rotundas, obvias y objetivas, pues siempre preferí las bellezas atípicas e indirectas. Nuestra casa era preciosa, la vista evocadora, el gato encantador, la gente adorable, la suerte de nuestro lado. Pero yo me resistía a dejarme seducir. Hasta que llegué a aquel restaurante que me abrió el estómago, la vista y el corazón.
Quizá también a ti te pase. O te haya pasado ya. En todo caso aquí te dejo unas recomendaciones en forma de lugares y de actitud: sé prudente, ten respeto por los paisajes y la gente que habita la isla. Viaja, respira y no colonices. Quiere. Y se abrirán frente a ti lugares increíbles donde bañarse o comer.
Algunos restaurantes que sí puedo compartir (otros los tendrás que descubrir tú):
Restaurante El Bernegal, en Santo Domingo. Lejos de todo y próximo al corazón.
Casa Goyo. Simpático y peculiar restaurante popular lleno de rincones y pequeños comedores cerca del aeropuerto.
La Cantina, en El Charco Azul (para redondear la experiencia del baño) y el Restaurante San Andrés (para saborear los platos y una sobremesa sin prisas). O, en el extremo opuesto de la isla, el Kiosco Tamaragua II (bueno, y todos los kioskos que encuentres). En todos, a ser posible, probar el vino de la isla, como La Gota.
En la capital te recomiendo parar en la Librería Itaka, con una estupenda sección con la silueta de la isla para voces canarias, y el bellísimo Café de Don Manuel Casa Cabrera.
Espero que te hayas aISLAdo por unos minutos y que hayas disfrutado. ¿Conocías ya La Palma?
Un abrazo ENORME.
Qué gusto que estés aquí.
IG (☞ ゚ ∀ ゚) ☞ ◙ @agustinkong
¡Qué evocador! Realmente nos has llevado a La Palma. Muchas gracias por compartirla.
Mil gracias por tus palabras. Que la magia de la isla nos acompañe siempre ✨
Que ganas de volver! 😉
Sí! 💘